lunes, 12 de mayo de 2008

Por fin la lluvia


Como hace años declare a las religiones, instituciones non gratas en mi vida, me es fácil hoy en día ser más libre y más feliz, porque tengo menos sentimientos de culpa y creo en el ser humano como tal y no como figura hecha a la medida de la perfección, por lo tanto no me molesta la incertidumbre y espero cualquier cosa, porque el humano está lleno de errores. Y el mundo, al ser un imaginario del humano, también tiene errores. Así que a mí los mundos perfectos me desfilan a paso alemán redoblado por el arco del triunfo.

Ahora bien, hay cosas o más bien, ideas del mundo "perfecto" o "sacro" que me gustan. Entonces las tomo y las deformo a mi gusto y antojo, como cuando sos niño y jugás con la plasticina que te han regalado. Una de esas ideas que tomo de lo sagrado, es la del paraíso.


Cuando era niño tenía este amigo mío (aun somos amigos después de 25 años), cuya familia y él en su momento, practicaban la cristiandad desde una de sus sectas gringas: Testigos de Jehová. Para que lo dejaran salir a jugar futbol, cincos, trompo o lo que fuera que jugásemos, había que soportar cada día junto a él, una dosis de treinta minutos de "estudio". Así le llamaban a la evangelización obligatoria y aleccionadora de los nuevos cuadros.
Pues bien, ese no es el punto, el punto es que como acto de solidaridad yo me dispuse varias veces a compartir junto a él las lecciones de fe que nos impartía "una hermana" (pelo recogido, rostro pálido, largas faldas, poca imaginación, aliento a cebolla, parecería una señora mayor, solo sus barros nos daban cuenta que no era mucho más grande de edad que nosotros mismos, pero avejentada, el matrimonio con la iglesia y cristo ya le había cobrado el noble sacrificio de la juventud). La lección de fe incluía una oración de entrada, la lectura de la "Atalaya" (revista oficial de la secta) y la explicación bíblica (grandísimo sermón virulento) de cómo ser malo en esta vida, se traduciría en una interminable combustión de la carne y del espíritu en una eterna y desgarradora pira infernal. Bonita imagen para un niño.

Pero bueno, a lo que iba, el paraíso. Esa era la contraparte, el premio por ser obediente, entendido, sacrificado, llevadero, humilde, dar el diezmo, dar el trabajo, dar el tiempo, darlo todo por el todo para la otra vida. Para motivarnos a llevar este
camino de la verdad, la señorita avejentada nos mostraba una ilustración, un dibujo que nos parecía simplemente... excitante, ¡no!... más que eso: Extasiante. Si. Era un éxtasis (Estado del alma caracterizado por cierta unión mística con Dios mediante la contemplación y el amor, y por la suspensión del ejercicio de los sentidos). Era un valle verde, largo y profundo, al pie de montañas majestuosas, casi olía a limpio, a fresco, lo más impresionante era ver ese león, un felino de magna melena y recio abolengo, sentado a la diestra de un niño que le acariciaba impunemente su real cresta, y el león sin inmutarse siquiera.

Creo que nunca tomamos muy en serio, por honradez o por miedo,
la imagen del desgarro lacerado en las eternas llamas. Hoy en día mi paraíso es de color gris. Si. Nubes cargadas de agua. Lluvia interminable y constante que cambia su fuerza e intensidad, como compases de una buena pieza de rock, o una majestuosa sinfonía de Mozart. Una lluvia rítmica. Un ambiente algo frío, con viento suave pero marcando su presencia. No sé si un valle, una montaña, una playa o la terraza de mi casa. Ya no pienso tanto en el león sentado a mi diestra, pero si en un oso polar, mis nuevos animales favoritos. Pero mis osos se están ahogando por el deshielo y mi lluvia cada vez tarda más en llegar. Carajo. Y yo que no creo en el otro mundo, me tendré que inventar uno para conseguir mi paraíso. Si tan solo supiera escribir, haría un libro, inventaría un mundo.

No hay comentarios: