Imaginen la escena: finales de la década de los ochenta, gobernado bajo regímenes militares (uno tras otro), estudiando en un colegio católico de disciplina militar, viviendo en una de las ciudades más violentas del mundo y seguramente en el país más desigual e injusto del universo. El perfecto caldo de cultivo para que un adolescente encontrara en las esquizofrénicas guitarras del Thrash Metal la salida perfecta para la ira acumulada y fermentada por la impotencia del espíritu rebelde que se ve y se siente cautivo.
Una salida y un alivio era entregarse de lleno a esta música, por demás, nada popular. Suficiente venganza social era ver los rostros desfigurados por el asqueo y el miedo, de los parroquianos que al oir tremendo ruido, se persignaban y evitaban toparse contigo. Te daba cierta sensación de poder, quizás de presencia, algo de existencia... era un gozo personal, he de confesar.
Una de esas primeras bandas que me brindó mi venganza social (imaginada, obviamente, pero reconfortante), fue precisamente la banda alemana Kreator. La primera vez que supe de ellos, fue en la casa de mi amigo Roy, quien tenía un ejemplar del L.P. Pleasure To Kill (Placer al matar). Yo me podía pasar horas de horas escuchando dicho álbum mientras seguía las letras en la funda del disco o bien, observando sin tiempo la ilustración de la portada. Ese disco, aún hoy, es de los pocos que puedo escuchar en su orden original, de la primera canción a la última, sin distraerme ni sentirlo monótono.
Kreator era como el sonido de una lluvia de granizo cayendo sobre el techo de lámina de zinc. Bestial. Desgarrador. Lleno de adrenalina. Con su música y letras me imaginaba escenas de batallas medievales.
¡HEIL KREATOR! Bienvenidos a Guatemala... 20 años después que los escuché por primera vez.
Una salida y un alivio era entregarse de lleno a esta música, por demás, nada popular. Suficiente venganza social era ver los rostros desfigurados por el asqueo y el miedo, de los parroquianos que al oir tremendo ruido, se persignaban y evitaban toparse contigo. Te daba cierta sensación de poder, quizás de presencia, algo de existencia... era un gozo personal, he de confesar.
Una de esas primeras bandas que me brindó mi venganza social (imaginada, obviamente, pero reconfortante), fue precisamente la banda alemana Kreator. La primera vez que supe de ellos, fue en la casa de mi amigo Roy, quien tenía un ejemplar del L.P. Pleasure To Kill (Placer al matar). Yo me podía pasar horas de horas escuchando dicho álbum mientras seguía las letras en la funda del disco o bien, observando sin tiempo la ilustración de la portada. Ese disco, aún hoy, es de los pocos que puedo escuchar en su orden original, de la primera canción a la última, sin distraerme ni sentirlo monótono.
Kreator era como el sonido de una lluvia de granizo cayendo sobre el techo de lámina de zinc. Bestial. Desgarrador. Lleno de adrenalina. Con su música y letras me imaginaba escenas de batallas medievales.
¡HEIL KREATOR! Bienvenidos a Guatemala... 20 años después que los escuché por primera vez.