jueves, 8 de enero de 2009

The Illustrated Man


Es un libro fantástico, en todo el sentido de la expresión. Un hombre desesperado por los conflictos con su amada esposa, ha perdido el empleo envuelto en mares de desesperación y ansiedad. Su única oportunidad de mantener a ambos es convertirse en una atracción tipo “freak” del circo, debe tatuarse todo el cuerpo, debe ser “El Hombre Ilustrado”. Absorbido en su laberinto de frustración, el destino fatal lo lleva a una choza en la mitad del desierto, ahí vive la mejor tatuadora –ha escuchado decir-, una mujer que no tatúa sino pinta el cuerpo, sus obras son como cuadros vivos que embrujan a quien los contempla y maldice a quien las porta.


La bruja le conoce, de hecho, le espera. La bruja no ve, tiene lacerados los ojos. La bruja le ilustra el cuerpo con una belleza enorme, innombrable, el cuerpo del hombre es como el templo sixtino que sirve de galería. Todo el cuerpo es el templo, menos el centro de la espalda, ahí no hay imágenes certeras, solo tinta, esa obra es solo para quien la contempla, cada quien ve algo distinto, a cada quien se le muestra algo diferente y personal, porque cada individuo que contempla ese espacio, ve la historia de su propia muerte.


Las imágenes del “hombre ilustrado” están vivas y cohabitan su cuerpo. Su propósito no es otro más que el de contar historias. Cada parte del cuerpo cuenta una historia distinta. Y eso es el libro, las 18 historias que cuentan las ilustraciones tatuadas en el “Hombre Ilustrado”.


Cada historia es una joya que complementa el collar completo. Hay cuentos que desde ya, sé que recordaré toda la vida. Caleidoscopio por ejemplo, unos astronautas que vagan por la nada del espacio, expulsados de su cohete por una explosión, sacan a relucir sus bajos instintos así como sus recuerdos y sueños, mientras observan un río de asteroides y polvo espacial que contemplan “como si viéramos a través de un Caleidoscopio”. El Otro Pie, brillante relato de cómo los negros son casi desterrados al planeta Marte, pasan los años y cuando el hombre blanco destruye la Tierra, piden asilo y perdón, siendo los negros quienes ponen las condiciones no sin antes debatir largamente sobre el por qué piden perdón y si es perdonable o no, el hombre blanco. Qué decir de “El Hombre”, un cohete de conquistadores terrestres, llenos de ambición por la gloria y la aventura llegan a un planeta desconocido, nadie les pone atención y eso les perturba. Sucede que un día, tan sólo un día antes, les visitó un hombre, uno solo, que les habló de tal manera sobre la paz, la hermandad, el perdón, el amor por el prójimo y luego se fue, sin dejar rastro, que ya nada es imposible y todos quieren solo la paz. “Los Exiliados”, a Marte van a parar todos los grandes escritores y sus obras, porque la nueva religión de la Tierra prohíbe terminantemente seguirlos leyendo. Ahí se encuentran Allan Poe, Conan Doyle, Algernon Blackwood, Dickens… Shakespeare, todos a punto de ser borrados eternamente porque en la Tierra ya está prohibido leer. “Marionetas”, un hombre cansado de ser el esposo perfecto, contrata una compañía de marionetas autómatas para que cree un modelo de él mismo, que le sustituya en la casa mientras él se va a Río. “El Hombre Cohete”, un padre es el orgullo de su hijo, es piloto de cohetes, pero llega el momento que el padre no puede estar en tierra ni tampoco en el espacio, no sabe ya a dónde pertenece, cuando viaja recuerda la tierra, cuando camina no puede dejar de ver las estrellas. “La Ciudad”, un grupo de hombres desterrados a un planeta solitario, por padecer una enfermedad incurable, utilizan sus energías y poca vida en construir una ciudad inteligente, una ciudad que les vengará siglos después cuando quienes les desterraron, lleguen nuevamente.


Leer a Bradbury ha sido toda una experiencia, a través de su libro me va quedando un aroma como a nostalgia de las estrellas y los planetas, de los viajes intergalácticos y de los cohetes espaciales. Queda en el ambiente una brisa de ese sentimiento que han de haber tenido las personas allá por los años cuarentas y cincuentas del siglo pasado, especialmente en Estados Unidos quizás, de imaginar que otros mundos eran posibles, más allá de nuestra bóveda celeste. Es difícil no pensar en “Viaje a las Estrellas” o en “Perdidos en el Espacio”, fue toda una generación. Pienso en el contexto, pleno apogeo de la guerra fría, acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial, ha habido destrozos incalculables, inhumanos, holocausto, hay competencia armamentística pero sobre todo, científica, ¿quién llega primero a la órbita?, ¿quién llega primero a la luna?, etc. Por un lado Bradbury recrea ese contexto de atención a las estrellas y a las máquinas que llevarán al humano a ellas, se vive la tensión por la conquista de la última frontera. Y por otro lado, también tiene un dejo de huída, de querer escapar de este mundo y de esas mismas competencias y tensiones, de ver las estrellas y los planetas como otra oportunidad para la humanidad. Se percibe ya el miedo al fin de los días, a la destrucción del planeta por las manos del hombre.