domingo, 27 de enero de 2008

Una Hoguera Fúnebre (in memoriam Gaby N.)


En la antigüedad, los vikingos honraban a sus héroes muertos en batalla, mediante una pira y una embarcación, para su viaje al Valhalla.

La muerte es una constante en mi vida, como en la de cualquier otro. Mucho se ha dicho y se dirá sobre ella porque es parte irrevocable de vivir. Pero ahora bien, así como la vida no es existencia per se, tampoco la muerte es su seudónimo. Dejar de vivir, es decir, morir, no significa necesariamente dejar de existir. Hay personas que viven toda su vida sin existir y, como en el caso de mi amiga, hay las otras que mueren pero siguen existiendo. No voy a decir que “en nuestros corazones” o en “nuestra memoria”, porque además de ser común también es obvio. Su trascendencia que la hace seguir existiendo, es el aporte que deja en la tierra de los (medio) vivos.

Sus escritos, sus comentarios, sus recomendaciones, sus charlas, sus grupos de lectura… fueron y son los vehículos de la inspiración que en todo momento emanó y compartió con quienes la conocemos, no era cuestión de trabajo, era algo natural, era compartir algo que amaba: los libros, las historias, las letras. En común teníamos la fantasía, los mundos imaginados, las leyes inventadas, los universos paralelos, los viajes aventureros de épica y honor, los personajes bizarros, las historias complicadas y sin fin.

El rincón aquel de la librería donde regularmente nos topábamos sigue siendo un logro de ella, la esquina de la literatura fantástica, en medio de océanos y verdades lógicas, análisis de la realidad y ficciones verosímiles, había la ficción por excelencia que tanto nos gusta y tanto comentábamos. Nos reuníamos en esa esquina a platicar tanto con Frodo, como con Lestat, con Merlín, con los celtas, con los duendes, con los elfos, con Lewis y hasta con Potter. Hoy la esquina esa ya es un poquito más grande, ya tiene un cuarto de mesa-mostrador también.

Hace días, horas quizás, murió esa amiga mía. No hablábamos mucho, no nos frecuentábamos, creo que no teníamos nuestros números de teléfono ni sabíamos a ciencia cierta en dónde vivíamos. Pero cómo la extraño ahora que ya sé. Compartíamos un rincón de fantasía e imaginación, de libros y de charla, nos compartimos escritos y referencias, críticas y opiniones, gustos y preferencias. Eso nos contó más de nuestras vidas y personalidades que años de conocernos. Para mí, sigue existiendo.

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