viernes, 21 de septiembre de 2007

Arpías

Una noche de fin de semana como cualquier otra, regresaba de los bares que regularmente frecuento. Al caminar por la acera y divisando ya mi carro, me topo con dos bellas mujeres que están platicando con un chavo. Ambas dan la apariencia de inocencia, de 'mosquitas muertas', bonitos rostros, agraciados diría mi abuela, con rasgos finos y suaves, no debían ser mayores de 24 años con esa piel tan suave. Atractivas pero no despampanantes, más bien... seductoras por su linda inocencia y fragilidad, con mirada curiosa, como que no hubieran salido mucho y todo fuera una aventura que ven de reojo.

El tipo era como cualquiera, no más de 30 años, citadino, platicador y algo ebrio. Nada fuera de lo normal. Pero al pasar al lado de este trío me fijé más en las señoritas, las dos me vieron directo a los ojos, un contraste significativo ya que parecían muy tímidas, me sostuvieron la mirada, o más bien yo se las aguanté a ellas. Era una mirada fría, severa como la del cazador, llena de seguridad en sí misma. Finalmente una leve sonrisa, más bien un boceto de sonrisa que dibujó la comisura de sus labios. El efecto en mí fue espeluznante, parecía que me conocían, me hicieron sentir cierto sentimiento de... complicidad, como si me dijeran "nosotras sabemos que vos sabes quiénes somos en realidad". Para mi mayor asombro yo mismo afirmé con el mentón, hice una mueca instintiva de 'reciprocidad'. ¡Reciprocidad y complicidad de qué carajo, si yo ni las conocía!

Pero me sentí tan seguro que no dudé de mi acción, como si algo dentro de mí se hubiera adelantado a mi propia voluntad, algo más profundo en mi ser que no necesita palabras o formalidades para entender.

Continué mi camino reflexionando precisamente sobre mi impulsiva afirmación hacía las dos chicas, llegué al carro, me subí y me largué del lugar. No había avanzado ni una cuadra cuando me sucedió algo impensable, manejando por la calle vino a mi una especie de visión, un recuerdo, una serie de imágenes, sin perder el control del vehículo ni las funciones básicas de motricidad, lo vi todo: ellas acariciaban al tipo aquel, con modestia pero con mucha sensualidad, aún estaban en la calle en que les vi hacía unos minutos atrás, en un instante una de ellas hundió los ojos dentro de sus cavidades mientras mostraba desde su boca unos caninos enormes. El tipo se tambaleó pero ya la otra lo tenía sujeto por los brazos y abalanzándose sobre el cuello. En un abrir y cerrar de ojos las dos chicas de inocente belleza eran ya dos bestias huesudas, con la piel arrugada pegada al sistema óseo, ambas en cuatro patas con prominentes garras y aullando como lobas de rabia, o de alegría, o de éxtasis ¿quién sabe?

Acabaron con el chavo aquel y no dejaron nada, sus ojos ahora eran puntos rojos en lo profundo de sus cavidades oscuras. Era como perras extasiadas.

Cuando estaba acercándome a mi casa, una media hora después, el camino se veía solitario y silencioso como siempre está cuando regreso después de la media noche. Una leve capa de humedad sobre el asfalto reflejaba ténuemente la luz amarilla de los postes. La perspectiva del camino daba la impresión de una carretera que conducía a otro lugar, a otro tiempo, a otra dimensión. Avanzando a toda máquina me paralicé al escuchar aquel chillido ensordecedor, agudo y molesto, no era como el de la visión, éste era real y estaba cerca. Inmediatamente y como por instinto voltee a ver a mi izquierda, vi cómo una de las arpías huesudas y bestiales corría desenfrenada hacía mí, gritaba o más bien chillaba como loca mientras más se acercaba. Finalmente, como en una 'tacleada' de fut bol americano, chocó abruptamente contra la llanta izquierda delantera, lo que hizo que el carro -conmigo adentro- saliéramos expulsados como en una catapulta, dando vueltas en el vacío hacía adelante.

Mientras iba por los aires y esperaba la caída final sobre el asfalto, busqué afanosamente a las arpías, vi que las dos seguían chillando mientras corrían a cuatro patas por debajo, esperando con ansia que cayera la presa, calculando el lugar del impacto para saltar y asestar el golpe final, destazarme o jugar con migo, no sé.

Al caer, el carro se hizo mil pedazos y rebotó varias veces sobre el camino. Yo quedé atrapado en la cabina de piloto sin poder moverme, boca abajo pero ileso y consciente. Rápidamente vi a través de un agujero de lo que quedó de la ventana que daba justo para el camino que había recorrido hacía unos instantes, o más bien sobre el que había volado después del ataque, pero no veía ni oía nada de las arpías. Ni una sombra ni un chillido, ningún paso. Todo estaba callado y solitario como antes.

Luché con todas mis fuerzas y en una especie de transfiguración, logré salir del carro. No sé cómo, era imposible sobrevivir a un impacto como ese, además, de haberlo hecho, debería tener todos los huesos rotos, desangramientos internos y externos por todos lados... y sin embargo estaba allí, de pie. Viendo el carro convertido en chatarra retorcida, vidrios esparcidos y olor a gasolina con aceite desparramado, me pregunto cómo diablos salí del vehículo, la cabina estaba completamente aprisionada por la lámina y hierro contorsionados.

¿Y las arpías? ¡Carajo, qué se hicieron esas perras! Volteo a ver sobre el camino... nada. Rodeo el carro revisando detrás de las láminas sueltas... nada. Escucho con más detenimiento... nada, sólo el viento que pasa como en oleadas. Veo mi casa y camino hacía ella, con cuidado y sigilo porque las presiento, están por allí. Llego a la cuadra final, a cien metros de la puerta, pero algo me detiene, es la sensación de una presencia. Estacionado frente a mi casa hay un camión de carga, de esos con largo panel... hay algo al final del camión, esperando, lo puedo sentir.